Brasil: ¿Se inicia un nuevo ciclo de luchas de la clase trabajadora?. Entrevista. Marcelo Badaró Mattos · · · · ·
 
   
Brasil: ¿Se inicia un nuevo ciclo de luchas de la clase trabajadora?. Entrevista
Marcelo Badaró Mattos · · · · ·
 
22/06/14
 


-¿Qué significan las huelgas que vienen ocurriendo recientemente, especialmente por el hecho de que los sectores se organizan sin la participación y el apoyo de los sindicatos?

Fenómenos sociales complejos, como los ciclos de huelgas y movilizaciones de la clase trabajadora, nunca pueden ser explicados por un único factor. Por lo tanto, hay diferentes significados en las huelgas que están ocurriendo en el último período. De un lado, sindicatos que se mantuvieron activos y combativos a lo largo de las dos últimas décadas sienten que hay un momento favorable para las movilizaciones huelguísticas después de las jornadas de junio 2013 y en el contexto de la Copa del Mundo.

En gran medida porque, cuando las manifestaciones multitudinarias del año pasado levantaron como “de la Copa yo abro mano, quiero dinero para salud y educación”, resumían los últimos veinte años de luchas de los trabajadores del servicio público en esas áreas, que reivindicaban no apenas mejores salarios y condiciones de trabajo para ellos, sino también demandaban salud y educación de calidad como derecho de todos, en tiempos de privatización y pésimas condiciones de oferta de esos derechos fundamentales. De allí porque las huelgas en el servicio público de forma general y en la educación en particular estén aconteciendo en gran número, dirigidas muchas veces por sindicatos combativos.

Por otro lado, creo que ese fue el punto de la pregunta, están ocurriendo también muchas huelgas en sectores de trabajadores que no vienen siendo representadas por sus entidades sindicales, hace mucho tiempo controladas por burócratas al servicio de los patrones y de los gobiernos.

Es el caso de las huelgas recientes de los fiscalizadores carreteros, trabajadores de la limpieza urbana y, en muchos casos, de trabajadores de la construcción civil. Tales situaciones refuerzan la tesis de que la burocratización es una consecuencia de la estructura sindical brasilera, en gran medida la misma estructura oficial (dependiente del registro en el Ministerio de Trabajo, basada en el sindicato único por categoría y región y atada en la cotización compulsiva de todos/as los/as trabajadores/as para el sistema), creada en los años 1930 y apenas reformada en 1988 y después. De cualquier forma, la existencia de polos combativos en el movimiento sindical indica que ese proceso no es inevitable.

-¿A que le atribuye usted el hecho de que las huelgas se hayan duplicado de 2010 a 2013, habiendo ocurrido 446 huelgas en 2010 y más de 900 en 2013? ¿Las protestas por cuenta de la Copa del Mundo ayudaron?

El número de huelgas en Brasil viene creciendo, incluso antes de las jornadas de junio de 2013. En 2012 hubo la mayor cantidad de huelgas desde 1996, según los datos del Dieese (Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos). No hay todavía relevamientos divulgados para 2013, pero todo indica que la tendencia de elevación del número de huelgas se mantiene. 

Algunas de las huelgas de 2012, como la de los trabajadores de la educación en las instituciones federales de enseñanza (que fueron seguidas por otras categorías de funcionarios públicos federales), pueden ser vistas como impulsoras de las reivindicaciones que re-emergieron en las calles y en las voces de los manifestantes de 2013. Por otro lado, como ya mencioné, es una agenda que, aunque difusa, posee un nítido sentido de clase (salud, educación, transporte público de calidad, además de protesta contra la violencia policial, cotidianamente letal en las favelas y periferias de las grandes ciudades).

Eso reforzó la disposición de diversos sectores asalariados de ir a luchar, empujados por la nueva coyuntura, no solo haciendo huelgas, sino también fueron a las calles, dando mayor visibilidad y buscando apoyo para sus causas. No se debe olvidar, que las huelgas ocurren también por una acumulación  de descontentos relativos a las condiciones de trabajo y a los salarios. Por un lado, la relativa disminución del desempleo atenúa un poco la inseguridad en relación a la confrontación huelguística, por otro lado, los bajos salarios y las condiciones adversas de trabajo (crecimiento de los accidentes de trabajo y realidades de trabajo análogo a la esclavitud en construcciones de las grandes obras del Programa de Aceleramiento del Crecimiento y de los mega-eventos, por ejemplo), son factores objetivos que impulsaron un mayor número de huelgas.

-¿Cuáles son las principales reivindicaciones que se destacan en esas huelgas?

Las principales reivindicaciones son reajustes salariales y mejoría de las condiciones de trabajo -lo que implica el fin de la doble función en el caso de los fiscalizadores carreteros (dirigir y cobrar pasajes al mismo tiempo), la mejor alimentación y alojamiento en las obras de la construcción civil, valores mayores para la alimentación de los barrenderos-, por citar algunos ejemplos. En cuanto los funcionarios públicos, predominan, además de las salariales, la reformulación de los planes de carrera (luego de años de desnaturalización de las carreras por cuenta de la introducción de gratificaciones diferenciadas, etc.), además de la defensa de políticas públicas que atiendan los intereses de la mayoría de la población (como la lucha contra el cierre de escuelas, el crecimiento del número de alumnos por turno y la no garantía del tiempo de preparación de clases por parte de los profesionales de la educación.

-¿A qué atribuye los bajos salarios, a pesar del aumento del salario mínimo, y la falta de avances en los derechos laborales, considerando especialmente la tercerización en Brasil?

La lógica de acumulación capitalista explica esos fenómenos, pues las empresas y los empresarios que personifican el capital, sólo a costa de mucha lucha, organizada por parte de la clase trabajadora, reajustan salarios, aceptan ampliar derechos y garanten condiciones de trabajo mínimamente dignas. Desde los años 1980 en todo el mundo, y en Brasil especialmente a partir de los años 1990, se vive una época de retrocesos históricos de las conquistas de la clase trabajadora y avance del capital sobre los límites que las luchas del siglo XX impusieron a la explotación. Por atrás de ese proceso está el esfuerzo del capital para superar las varias crisis cíclicas que, por sus dimensiones cada vez más planetarias, indican para muchos analistas una crisis estructural o sistémica. 

Todos los procesos de reestructuración productiva inducidos desde los años 1970, así como la diseminación de modelos neoliberales de gestión del Estado, crearon condiciones para tal avance del capital sobre las conquistas de los trabajadores. Tal proceso adquiere características todavía más violentas en una periferia capitalista tardíamente industrializada y económicamente dependiente del capital externo como la brasilera, en que las conquistas de la clase trabajadora eran todavía muy limitadas y donde la necesidad de generar lucros capaces de remunerar tanto a los capitales locales cuanto a los foráneos, tendió a producir siempre una superexplotación de la fuerza de trabajo, para usar el sentido dado a la expresión por Ruy Mauro Marini.

-¿Esas huelgas, qué indican desde el punto de vista del trabajo en Brasil, considerando que hay críticas positivas en relación a los gobiernos de Lula y Dilma en el sentido de aumentar el salario mínimo y crear políticas de crédito para el consumo?

En estos casi 12 años de gestiones petistas del gobierno federal, tanto en las fases de crecimiento más significativo en el segundo mandato de Lula da Silva, como en los períodos de estancamiento del crecimiento económico, como hoy en día, la mayor parte de los empleos generados en Brasil fue anclada en el bajo salario. Datos de 2011 indican que 82% de los empleados en Brasil reciben tres salarios mínimos (30% reciben hasta un salario mínimo). Se calcula que entre 8 y 10 millones de trabajadores están tercerizados. El número de empleados sin cartera de trabajo disminuyó en los últimos años, pero, si sumamos los que no tienen registro a los que contribuyen para la previsión social y a los cerca de 7% de desempleados (según datos recientes del IBGE, Instituto Brasilero de Geografía y Estadística), podemos tener una idea del grado de precarización de las relaciones de trabajo en Brasil.

Los aumentos del salario mínimo por encima de la inflación y las facilidades de crédito consignado, sobre todo el comercial, estimulan una ampliación del consumo de corto plazo. El gobierno intenta darle una sobrevida a través de las exoneraciones fiscales (o sea, pagamos todos para garantir el lucro de las montadoras de automóviles y fabricantes de electrodomésticos y electrónicos, prácticamente todas grandes empresas transnacionales). Pero es preciso recordar que los reajustes del salario mínimo, mal y mal, lo recolocan en niveles de 1980, que ya era el punto más bajo de su curva desde el final de los años 1930. Y la facilidad del crédito es también la facilidad de endeudarse, cuyo límite es también poco elástico si se trata de trabajadores de ingreso tan bajo. Las huelgas constituyen una de las reacciones posibles a ese cuadro. 

-¿Qué es lo que la huelgas señalizan, específicamente, en relación a la representación de los sindicatos y a la organización de los sectores?

Cuando diversos sectores hacen huelga independientemente de la orientación de las direcciones sindicales, o incluso contra ellas, estamos delante de un cuadro en que un proceso de reorganización sindical se hace necesario. La última vez que eso ocurrió con proporciones significativas fue a finales de la década de 1970 e inicio de los años 1980, cuando las huelgas del llamado “nuevo sindicalismo”; algunas de ellas dirigidas por direcciones representativas, pero muchas de ellas construidas por “oposiciones sindicales”, o incluso por sectores menos organizados de bases sindicales insatisfechas con el perfil “pelego” de sus direcciones (Nota del Traductor: burocracia sindical de colaboración con las patronales, de prácticas mafiosas y subordinada al Estado, en otros países se lo denomina “sindicalismo amarillo”). De aquellas luchas surgió la Central Única de los Trabajadores (CUT), y más tarde otras centrales que disputaron espacios con la CUT por una vía menos combativa.

-¿Las centrales sindicales todavía tienen relevancia en la actual discusión laboral en el país?

Aquella CUT que emergió de las luchas de los años 1970/80 ya no existe más. En lugar de la central sindical autónoma en relación al gobierno y a los patrones, que proponía un sindicalismo clasista, combativo y construido por la base, se levanta hoy un inmenso aparato burocrático, entrelazado al Estado, dependiente de la cotización sindical compulsiva (Nota del Traductor: conocido en Brasil como “impuesto sindical” que recauda el gobierno y luego distribuye entre las centrales sindicales con registro legal), y de fondos públicos, dominada por una concepción de colaboración de clases, que se expresa en el posicionamiento de sus dirigentes. Centrales que se presentaban como rivales, a la derecha de la CUT en los años 1980, como la Fuerza Sindical, hoy prácticamente se equivalen en propuestas y compromisos con el Estado y los patrones. Nuevas centrales surgieron en los últimos años, casi todas con un objetivo de legalizarse para obtener un parte de la torta de la cotización sindical compulsiva. Esos aparatos burocráticos cumplen mucho más el papel de dique de contención que de polo irradiador de las huelgas y movilizaciones. Hay, sin embargo, espacio para el surgimiento de alternativas.

Las huelgas actuales son fragmentadas. En algunos momentos se intenta unificar acciones y manifestaciones, pero, en ausencia de centrales sindicales amplias y representativas, dispuestas a dirigir la unificación de las luchas (¿hace cuántos años no escuchamos de hablar en serio sobre la idea de una huelga general en Brasil?), cualquier camino unitario es más difícil de ser recorrido. Hay algunos esfuerzos en curso en dirección de construir un polo sindical combativo, y el más significativo de ellos me parece ser la Central Sindical y Popular-Conlutas (CSP-Conlutas), que se propone reunir no solamente a sindicatos, sino también a otras organizaciones y movimientos con base social en la clase trabajadora, como el movimiento por la vivienda, por la reforma agraria, por la igualdad racial y de género, etc.

En un período en que la clase trabajadora se encuentra profundamente fragmentada y una parcela de ella trabaja de manera informal y precaria, no siendo la forma tradicional de sindicato capaz de sumar todas las parcelas de clase, una central de sindicatos y movimientos sociales puede ser una salida. Sin embargo, hay que poner reparos, porque el proceso de construcción de la CSP-Conlutas lleva una década, y sus dimensiones todavía son muy pequeñas como para dar cuenta de los desafíos que se presentan.

-¿Cuáles han sido las propuestas de las izquierdas en relación a las discusiones acerca del trabajo?

Las fuerzas políticas de izquierda como aquellas que reivindican la alternativa socialista al orden capitalista, sufrieron duramente el retroceso de las luchas de la clase trabajadora, de forma análoga al sindicalismo combativo, y sus dificultades son también un componente de ese retroceso. Hoy, no sólo el desempeño electoral de esas fuerzas es muy poco significativo, también su implantación en los movimientos sociales de base trabajadora es diminuta, estando reducida su capacidad de influenciarlos, como quedó patente el año pasado, en medio de las “jornadas de junio”, cuando la izquierda organizada no consiguió ejercer un papel protagónico en las manifestaciones de masas, generando incluso, en medio de las manifestaciones, un espacio momentáneo de rechazo de matriz conservadora, a los partidos de forma general.

No obstante, sería injusto no reconocer que las organizaciones de izquierda vienen cumpliendo un papel importante, con todas sus dificultades, al aglutinar fuerzas en la resistencia a los ataques del capital a las conquistas de la clase trabajadora, plantándose contra las reformas que retiran derechos, así como presentando propuestas de reconquista de esos derechos -la reducción de la jornada de trabajo sin reducción del salario, el fin del factor de aporte a la seguridad social para calcular las jubilaciones, la anulación de las medidas privatizadoras en la salud, la previsión social, los hospitales públicos, entre otras.

-¿Cómo evalúa específicamente la gestión de los gobiernos Lula y Dilma en relación a las cuestiones laborales, siendo que es el Partido de los Trabajadores?

Los gobiernos del Partido de los Trabajadores poseen una base electoral anclada en sectores de la clase trabajadora urbana y, cada vez más, en capas más precarizadas y pauperizadas de los llamados rincones de pobreza del interior de país. No obstante, el partido que carga a los trabajadores en su nombre, desde el primer mandato de Lula, no gobierna para ellos, gobierna para el capital. De allí que, en relación a las cuestiones laborales, ya a partir de 2003, sus medidas fueron siempre en retroceso. La retirada de derechos que venía de los años 1990, continuó, como se hizo evidente ya en los primeros meses del primer mandato de Lula, con su “reforma” de la previsión social, a la que siguieron cambios en la legislación de quiebras y de las pequeñas y medianas empresas. En el campo de la legislación sindical, ocurrió una profundización del entrelazamiento de los sindicatos al Estado, justo en el camino opuesto al que Lula, como dirigente sindical de los metalúrgicos de San Bernardo, pregonaba a finales de los años 1970.

-¿En relación al trabajo en Brasil, qué avances y retrocesos son posibles destacar?

Todas las respuestas anteriores apuntaron a un balance en que, en las relaciones capital-trabajo en el Brasil de las últimas décadas, las fuerzas del trabajo perdieron mucho. No obstante, en el último período, la elevación del nivel de conflictividad social -con las manifestaciones masivas del año pasado y la onda de huelgas de este año- parece apuntar al inicio de un nuevo ciclo de luchas de la clase trabajadora. Sólo un movimiento de ese tipo podrá revertir el proceso de recortes de derechos y retroceso en el grado de organización y conciencia de la clase, permitiendo avances significativos para los trabajadores.

Marcelo Badaró Mattos es investigador social, profesor del Departamento de Historia en la Universidad Federal Fluminense (UFF), autor de numerosos estudios sobre el sindicalismo brasilero. Es miembro de la secretaría de redacción de la revista marxista brasileña Outubro. La entrevista fur realizada por Patricia Fachin para IHU.

Traducción para Correspondencia de Prensa: Ernesto Herrera


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