Una reflexión desde la izquierda madrileña. Carlos Girbau · · · · ·
 
   
Una reflexión desde la izquierda madrileña
Carlos Girbau · · · · ·
 
18/06/06
 

 

Madrid es, sin duda alguna, el mascarón de proa de una política profundamente neoliberal. La seña del PP, y acaso el principal puntal para el mantenimiento de la fuerza de ese partido en la calle. Las próximas elecciones municipales y autonómicas de 2007 son, obviamente, un reto fundamental para la izquierda, particularmente para la parte de la misma resuelamente dispuesta a favor de la transformación social. Echar al PP es fundamental. Es la llave para abrir más de una puerta. Pero hasta ahora las encuestas no son satisfactorias.  No vale por tanto hacer una vez más lo de siempre. Hay razones profundas que explican el peso del PP, razones que obligan a la izquierda a una reflexión de fondo para lograr que ese echar al PP no sólo sirva para una regeneración profunda de la misma, sino para lograr gobiernos en municipios y Comunidad verdaderamente a la izquierda.

El agotamiento de un modelo y de una forma de hacer política

Para empezar, buena parte del tejido institucional surgido en la transición muestra claros síntomas de agotamiento. Síntomas puestos de relieve en elementos como, por ejemplo, las causas que aparecen sobre la mesa a la hora de articular las reformas autonómicas en marcha, la desafección que siente por la “política” una nada despreciable proporción de trabajadores y jóvenes, o las enormes dificultades (voluntades aparte) que las autoridades locales tienen para responder a las demandas nuevas o eternas de quienes viven en sus municipios (sanidad, vivienda, educación, servicios públicos...).

El proceso de globalización y las políticas neoliberales que lo acompañan han mostrado con mayor contundencia el agotamiento del sistema. Ciertamente, la izquierda, particularmente la transformadora, ha sabido aprovechar el escaso margen municipal para, con sus luces y sombras, hacer que la gestión de gobierno permitiese mejorar la vida de los ciudadanos. Sobre todo, si se tiene en cuenta que veníamos de una dictadura con “cero” servicios sociales. Ahora bien, ese hecho no ha impedido que las políticas de la globalización se fueran imponiendo como puede verse en las privatizaciones de servicios,  en la venta de suelo como base de financiación municipal, en la guetización de zonas enteras, en los problemas para encarrilar la multiculturalidad, en las carencias de los servicios o en las deslocalizaciones industriales Todo ello, por no hablar del amo y señor de la política municipal: el ladrillo, las constructoras y la corrupción que ha venido acompañando a todos estos años de crecimiento económico (Marbella).

Por su parte, la urdimbre del tejido social que a finales de la dictadura y durante los primeros años de la transición sirvió de sostén a la izquierda está atacado de una debilidad elocuente que se demuestra en las dificultades y división con las que los vecinos, mujeres, jóvenes o inmigrantes abordan sus reivindicaciones.

Consistorios y modelos de los mismos hay tantos como días en el año. Ahora bien, ese hecho no cambia la falta de competencias, de soberanía, de capacidad recaudatoria y de dinero que éstos sufren.  A lo cual todavía hay que añadir que la “forma” de hacer política asociada a ese modelo también muestra los síntomas del agotamiento mencionado.

En realidad, durante todos estos años, tras la “descentralización de las competencias” se oculta en el fondo un verdadero plan de ajuste encubierto por parte del Estado respecto de todo aquello toca a las partidas de gasto social (neoliberalismo).  El proceso de transferencia ha  “forzado” a los ayuntamientos a hacerse cargo de un montón de costes, sin dotarles de los recursos presupuestarios correspondientes. En la práctica, la positiva aproximación del servicio al ciudadano se ha transformado, así, en una dejación de responsabilidades que está obligando, de hecho, a una especie de “desamortización” de suelo público que ha hecho entrar a los consistorios en el ciclo especulativo de vivienda y suelo.

Llevamos dos lustros de auge inmobiliario, y el sistema muestra ya claros síntomas de agotamiento. No queremos ser agoreros, pero cuando el ciclo acabe, no sólo verán pilladas sus cuentas la inmensa mayoría de las gentes de este país, sino que los ayuntamientos verán asimismo caer en picado sus ingresos asociados hoy al negocio inmobiliario.

Explorar nuevos caminos, la democracia participativa

La búsqueda de soluciones a estos problemas va adquiriendo en la izquierda transformadora cada vez más peso. Incluso Izquierda Unida, en su último encuentro de  parlamentarios autonómicos y responsables institucionales, ha avanzado algunas reflexiones y propuestas: “Nuestra apuesta es recobrar el interés ciudadano que se ha ido apartando del compromiso político. Para ello, nos comprometemos a abrir las puertas de los diferentes parlamentos a los ciudadanos y ciudadanas, no sólo llevando sus reivindicaciones, sino también dándoles directamente la voz en las instituciones.” Por último, se concluye: “IU defenderá, en consonancia, una ampliación de los mecanismos de democracia directa, como ha sido nuestra tradición.”

Desgraciadamente, en esa coalición, como en muchos feudos de la izquierda realmente existente, los debates en vez de desarrollarse según el interés que despierta los mismos entre las gentes, se enreda en discursos abstractos, ideológicos, y por lo mismo divisorios, que separan a las gentes en función de categorías como “posible” contra “utópico”.

En estos momentos, coger el toro por los cuernos significa insistir, sobre todo, en la organización y articulación de los procesos de participación y cogestión de los ciudadanos en la toma de decisiones municipales y autonómicas. La defensa de la elaboración y asignación presupuestaria vía presupuestos participativos, así como el control y gestión del número mayor posible de espacios directamente por parte de los ciudadanos, o a través de sus redes u organizaciones, o a partir de asambleas de vecinos, es la clave para empezar a fortalecer a la izquierda. La elaboración de listas y las principales reivindicaciones del programa deben responder a esos mismos parámetros de participación y organización a los que antes hacíamos referencia. Sólo así nuestra acción política se hallará directamente relacionada con la construcción de ese tan necesario tejido social y con la potenciación y renovación del ya existente.

El programa

Señalábamos con anterioridad que encerrar el debate en lo interno y en su forma más ideológica no iba a resolver el problema, ni a propiciar el necesario giro a la izquierda. Sin duda, la razón de fondo de que, según las encuestas y de acuerdo con el sentir de la calle, el espacio político de la transformación social no crezca y aun, en ocasiones, mengüe, hay que buscarla en que las posibilidades de un profundo cambio social no se vislumbran. La forma en que se vive en la izquierda transformadora la respuesta a este hecho la está aislando de su base social y no le permite salir de la crisis. Las dificultades añadidas por el enorme peso de la burguesía y sus negocios en la vida de nuestras ciudades están desquiciando el día a día y el debate. De un lado, hay quienes insisten en que la “única política posible” es aquella que acepta esa realidad y que, a tenor de nuestra debilidad, no queda sino empujar en pos de la realización de una política de izquierdas venida a menos. Están, del otro, quienes ven en esa “socialdemocratización profunda” del quehacer diario el fondo de todos los males. Los primeros, insisten en que la “gente no quiere más”, y que otro camino aísla del votante. Los segundos, inciden en que no “despegamos” precisamente  por lo pegados a la socialdemocracia que aparecen todos, y que “el votante, puesto ante la tesitura de la elección, prefiere el original antes que la copia”.

Salir del laberinto es difícil. No hay una sola solución, ni menos aún recetas mágicas, pero, en todo caso, sí tenemos ciertas certezas que deberían ayudarnos a aflojar cuando menos un nudo que nos ahoga.

Necesitamos un perfil más propio y más genuino para la izquierda transformadora. Ahora bien, ese perfil no vendrá hoy de la defensa de modelos acabados que contraponer a la dura realidad neoliberal. No son creíbles y, por tanto, nadie los hace propios en su trabajo. Ni siquiera los movimientos sociales más apartados de la política defienden opciones acabadas. Al contrario, todo el mundo es extremadamente parcial y prudente en las propuestas. Todo el mundo entiende que el peso de la globalización y de los pesos pesados de la economía, las grandes empresas y los bancos, marcan el conjunto del día a día. Hoy más que nunca, la diferencia entre gobernar y tener el poder es más nítida.  Por lo tanto, el perfil no vendrá de la “solución acabada”, sino de la radicalidad del método. Cuanto más directa y participativa sea la manera en que se defienda que sean tomadas todas las decisiones, más perfil gana el sector transformador, más conecta y más contundente se vuelve. También en los reclamos: cuanto más se parezcan en su expresión a la forma en que el tejido social organizado y el conjunto de redes lo defienden, más perfil se gana, más espacio se ocupa, más se acerca a lo que la gente precisa o quiere alcanzar y, por tanto, más firme y de izquierdas se es.

En resumen, preparar de una forma abierta un programa basado en la participación ciudadana como método cuyas exigencias respondan a las cosas más sentidas en las redes y movimientos sociales podría ser una de las vías por las que la izquierda transformadora  pudiera empezar a trabajar en la resolución del problema del peso del PP, las encuestas y dar ánimo al voto. No por el voto en sí, que también, sino por el después armado de la mano de los movimientos sociales, la base de los primeros pasos de un camino que nos llevará a salir de la situación en la que estamos. Sin duda, la prueba del nueve de ese giro para la izquierda vendría, sin duda, de las listas. De que esas listas incluyeran en puestos fundamentales de salida a gentes que respondan especialmente a esa manera de ver las cosas y a los movimientos que los impulsan.

¿Por dónde empezar?

Todo ello no implica en absoluto que la articulación del programa no vaya a responder a las formas en que la globalización ataca de manera más decidida a la población trabajadora, sino que lo hará por un camino mucho más abierto y cercano. En este sentido, la incorporación de las exigencias en la forma en que fueron adoptadas por la asamblea de movimientos sociales celebrada en el marco del encuentro de los días 1 y 2 de abril de 2006 sería un paso importantísimo. Nos referimos, entre otras, por ejemplo, a sus propuestas de alquiler en la vivienda y castigo a los pisos vacíos, de moratoria en la urbanización de más terreno, de rechazo al actual proyecto de Ley del Suelo de la CAM, de su defensa de los vecinos que se oponen a la instalación de los parquímetros o la M-30, de su exigencia de un salario social o del reconocimiento de los derechos de los inmigrantes. Pero, sin duda, hay más propuestas que añadir, aquellas que en cada barrio de la capital o ciudad de la periferia y pueblo configuran lo que podríamos señalar como los elementos definitorios de los movimientos y redes sociales en cada lugar. Por lo general, en la Comunidad, hoy, tales exigencias están directamente relacionadas con la forma de crecimiento urbano e industrial, los transportes, los servicios, el agua, la vivienda, la energía, los derechos ciudadanos y la inmigración.

Pero, además, todo este conjunto de elementos no puede pasar al margen del gran problema de la financiación municipal. Si no ligamos las exigencias a la necesidad de dinero que las haga posibles; si no defendemos que se emprendan las obligadas reformas en el marco que sea necesario para conseguir una ley que garantice una financiación municipal suficiente; y si no defendemos un giro en la política de vivienda y suelo asociada al alquiler y al castigo a la especulación, nada haremos.

Hoy, la defensa de criterios democráticos directos y radicales, empezando por la incorporación, tal y como son, de las reivindicaciones de los diversos movimientos sociales, así como la configuración de listas que respondan a una forma más propia del movimiento sociopolítico, es lo que la izquierda transformadora debe enarbolar para responder a la forma en que la globalización y sus medidas neoliberales transforman política y conciencias.

Carlos Girbau es un periodista y activista antiglobalización radicado en Madrid

Si le ha interesado este artículo, recuerde que sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita y considere la posibilidad de contribuir al desarrollo de este proyecto político-cultural con una DONACIÓN

www.sinpermiso.info, 18 junio 2006