La privatización del Apocalipsis. Frida Berrigan · · · · ·
 
   
La privatización del Apocalipsis
Frida Berrigan · · · · ·
 
02/04/06
 

 

Comenzado como el supersecreto “Proyecto Y” en 1943, el Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México ha sido durante mucho tiempo la institución capital del complejo norteamericano productor de armas atómicas. Allí nacieron Fat Man (el gordo) y Little Boy (el muchachito), las dos bombas nucleares que los EEUU lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. El año pasado, la Universidad de California, que había gestionado el laboratorio desde su fundación para el Departamento de Energía, decidió poner a subasta Los Álamos. En diciembre de 2005, el gigante de la construcción Bechtel ganó un contrato de 553 millones de dólares anuales para gestionar este desperdigado complejo, que emplea a más de 13.000 personas y cuenta con un presupuesto anual estimado en 2.200 millones de dólares.

“Privatización” es palabra que no ha dejado de aparecer en las noticias desde que  George W. Bush llegó a la Presidencia. Su Administración ha reducido radicalmente las dimensiones del Estado, transfiriendo a compañías privadas funciones públicas cruciales: cárceles, escuelas, agua, bienestar, asistencia sanitaria (Medicare) y servicios públicos, no menos que las actividades de naturaleza bélica. Y sigue sin cejar en el empeño. Más allá de Washington, las trampas y añagazas de la privatización se echan de ver un día sí y otro también en Irak, en donde empresas como Halliburton han cosechado miles de millones en contratos. En el desempeño de puestos de trabajo otrora ocupados por miembros de las fuerzas armadas –desde la construcción de bases y el correo, hasta los servicios alimentarios—, han estafado al gobierno al tiempo que socavaban la seguridad y la incolumidad de las fuerzas norteamericanas suministrando servicios y productos de poca calidad. A Halliburton se ha unido una industria casera de empresas dedicadas a la intendencia militar que han acabado responsabilizándose de todo, desde el transporte hasta los interrogatorios. En el frente bélico, la actividad de esas empresas privadas es ubicua, resulta cada vez más indispensable y está, en grandísima medida, falta de regulación: una combinación letal. 

Ello es que, ahora, el largo brazo de la privatización está llegando a lo inimaginable, hasta lo más hondo, al corazón mismo del aparto nacional de seguridad: al laboratorio en el que los científicos aprendieron a represar la fuerza del átomo hace más de 60 años creando armas de proporciones apocalípticas.

¿Un problema profano o un beneficio prolífico?

Las armas nucleares significan distintas cosas, según las gentes: la espada de Damocles, o la garantía de la supremacía global norteamericana; la vía real al Apocalipsis, o átomos para la paz. Pero siempre han sido tratadas como ídolos: celosamente almacenadas, encriptadas, rodeadas de un silencio sagrado. Y eso está cambiando.

Las empresas privadas han desempeñado desde hace mucho tiempo un papel en el complejo nuclear, ciertamente. Pero un papel periférico. Por ejemplo, Kaiser-Hill, una compañía de reparaciones, se ocupa de la limpieza de desechos radioactivos en Rocky Flats, el complejo –radicado en Denver, Colorado— que fabrica armas nucleares. En las cataratas de Idaho, otra compañía, CH2M,  limpia los materiales residuales generados por la producción de 52 reactores nucleares. BWX y Honeywell constituyeron con Bechtel una nueva compañía, a fin de gestionar y dirigir la Planta Pantex en Texas, que ensamblaba armas nucleares durante la Guerra fría. Al menos diez subcontratistas están implicados en la gestión del complejo nuclear de Hanford. Pero los afamados laboratorios nucleares de Los Álamos, Lawrence Livermore y Sandia –en los que los sumos sacerdotes de la física atómica gozan de libertad para explorar y aun traspasar los confines de su profesión— han estado emplazados desde siempre por encima de niveles prosaicos o de cogitaciones empresariales. Hasta este año, claro. 

En Los Álamos, la Universidad de California ha sido substituida ya por una “corporación de responsabilidad limitada”, dice Tyler Przybylek, del Comité de Evaluación del Departamento de Energía. Lo que trae consigo implicaciones más generales, de todo punto ominosas. Los laboratorios nucleares dejan de ser instituciones intelectuales dedicadas a la ciencia, para pasar a ser parte de un modelo de negocio empresarial en el que la investigación, el diseño, y al cabo, las armas mismas se convierten en productos mercantilizables. La nueva etiqueta de estricta observancia vendrá dada por pleitos y vínculos contractuales, no por batas de laboratorio y cristales de protección. Con Bechtel, predice John Browne –director del laboratorio de Los Álamos entre 1997 y 2003—, la nueva dirección empresarial traerá una “organización compactamente estructurada” que “promoverá la eficiencia”. “Si el gobierno desea un producto”, concluye, “se centrarán necesariamente en ese producto. Habrá un montón de dinero en juego”

Los Álamos fue el primero en partir. Ahora se pone también a subasta la gestión del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore.

Los registros que persiguen a Bechtel

Muchos dicen que la estricta vigilancia de la empresa corporativa corregirá el embarazoso reguero de yerros que ha perseguido a ese puntal del complejo nuclear que es el laboratorio de Los Álamos: extravíos de discos secretos de computador, sobrecostes de sus ya de por sí caros proyectos nuevos y una panda de deslenguados científicos que prestan su voz a  LANL: The Real Story [El Laboratorio de Los Álamos. La verdadera historia], un blog en el que unos deferentes empleados buscan desahogo y denuncian los errores de gestión del laboratorio.

La idea es que, con una gestión privada,  ese legado de dinero derrochado y de sueños una y otra vez aplazados va a experimentar un cambio drástico. Pero la cuestión es: ¿Anuncia Bechtel (o cualquier otro contratista militar privado)  una nueva era de responsabilidad nuclear? Peter Domencini, senador republicano y presidente del poderoso Comité de Agua y Energía, así lo cree. En enero pasado, afirmó que “este gran laboratorio prosperará bajo el equipo de gestión dirigido por Bechtel”.

Pero basta una mirada al registro de Bechtel para que la confianza expresada por Domencini no se haga contagiosa. El gigante de la construcción radicado en California tiene una larga historia de megaproyectos, de megapromesas, de megapresupuetos... y de megafallos.

En Boston, se encargó a Bechtel el “Big.Dig”, la reconstrucción de la autovía interestatal 93 que circunda la ciudad. En 1985, el precio estimado del proyecto rondaba los 2.500 millones de dólares. Ahora es un colosal monto de 14.600 millones de dólares (1.800 millones por milla), el trozo de autovía más caro del mundo. En los alrededores de San Diego, los ciudadanos todavía están pagando la factura de los sobrecostes de una planta nuclear en la que Bechtel instaló uno de los reactores traseros.

En 2003, Bechtel extendió ese registro de éxitos sin par a Bagdad, en donde derrochó miles de millones en un rimero de proyectos inacabados y de yerros inescrutables. La compañía se hizo con decenas de millones de dólares en contratos para reparar escuelas iraquíes, por ejemplo, pero un informe independiente probó que muchas de las escuelas que Bechtel aseguraba haber rehabilitado completamente “ni siquiera habían sido tocadas”, y un buen número de colegios  seguían “en mantillas”. Una de las escuelas “reparadas” fue hallada por los inspectores “inundada por aguas de albañal”.

Bechtel tiene también un contrato de 1.030 millones de dólares para supervisar aspectos importantes de la reconstrucción de la infraestructura iraquí, incluidas la aguas y los desagües. A pesar de repetidas promesas, un sorprendente número de familias iraquíes siguen careciendo de acceso a agua limpia, de acuerdo con la información reunida por el periodista independiente Dahr Jamail. La compañía hizo del suministro de agua potable al Irak meridional una de sus más urgentes prioridades, prometiendo su llegada en los primeros 60 días del programa. Un año después, crecientes epidemias de enfermedades nacidas de un agua insuficiente, como el cólera, los cálculos renales y la diarrea, atestiguaban  el fracaso de la misión encargada a Bechtel.

Al margen de sus malhadados contratos de reconstrucción en Irak, Bechtel no es conocida por su experiencia en grandes contratos militares. Pero la compañía ha ido entrando con discreción en el terreno nuclear. Contribuyó a la construcción de un asentamiento para mísiles defensivos en el Sur del Pacífico, gestiona el Nevada Test Site, en donde los EEUU realizaron en otro tiempo centenares de pruebas nucleares subterráneas y a cielo abierto. Bechtel es también el “gestor ambiental” en el Laboratorio Nacional de Oak Ridge, que almacena uranio altamente enriquecido, y está trabajando en el diseño del depósito de Yuca Mountain, en donde el plan de almacenamiento de 70.000 toneladas de residuos nucleares tiene levantados en armas a ecologistas y activistas de la comunidad.

En la Planta de Tratamiento de Residuos de Hanford, en el estado de Washington, Bechtel trabaja con tecnología para convertir los residuos nucleares en vidrio. Pero los costes estimados para la construcción de las instalaciones adecuadas se han doblado en un año, acercándose a los 10 mil millones de dólares, mientras que la fecha de culminación de la obra se ha aplazado de 2011 a 2017. Varios congresistas han propuesto ya que la Comisión Regulatoria Nuclear se haga cargo de la gestión del proyecto, quitándoselo a Bechtel a causa de los sobrecostes y los incumplimientos de plazos.

El Nuevo significado de la proliferación

Dado ese largo registro, resulta difícil defender la idea de que Bechtel asume el mando en Los Álamos por un deseo altruista, patriótico incluso, de imponer una gestión empresarial limpia y estricta a una institución indolente, sobrealimentada desde tiempos inmemoriales a costa del erario público. Sigue abierta la cuestión: ¿Por qué esta urgencia en privatizar el Apocalipsis?

Para responderla, hay que empezar con la necesidad que experimentaron en la postguerra fría los laboratorios de buscarse una nueva identidad o raison d'être. La caída del muro de Berlín, el que la otra potencia dejara de ser un gemelo y un objetivo nuclear, así como  la consiguiente presión internacional a favor del desarme nuclear, sumió a Los Álamos y al entero complejo nuclear estadounidense en una crisis existencial. ¿Quiénes somos? ¿Qué papel desempeñamos actualmente?  ¿Qué vamos a hacer ahora, que el armamento nuclear ha dejado de desempeñar papel obvio alguno en un mundo de, a lo sumo, potencias militares enemigas medias? Durante los años de Clinton, esas cuestiones se multiplicaban, mientras el arsenal nuclear permanecía relativamente estable. Más recientemente, merced a un montón de trabajo de fantasñia subterránea, unos pocos amigos en el Congreso y los prestos oídos de una Casa Blanca necesitada de notoriedad por algo más que la Larga Guerra contra el terrorismo global, los laboratorios dieron finalmente con una solución ganadora que pasa por los dólares de Bechtel y otros contratistas militares. 

Vieron la salvación en unas pocas líneas de la Nuclear Posture Review, a través de cuyas páginas la Administración Bush afirmaba: “Es clara la necesidad de un complejo armamentístico nuclear revitalizado, capaz, bien dirigido, de diseñar, desarrollar, fabricar y certificar nuevas cabezas de mísiles en respuesta a exigencias nacionales; y de mantener la capacidad para reemprender pruebas subterráneas, si fuera preciso”. 

Una filón, este aserto. Durante la guerra fría, el gasto en armamento nuclear fue de un promedio de 4.200 millones de dólares anuales (en dólares corrientes). Casi dos décadas después del fin de la “hostilidad nuclear” entre las dos grandes superpotencias, los EEUU está gastando en armamento nuclear un promedio que multiplica por 1,5 el promedio de la guerra fría. En 2001, el presupuesto para actividades armamentísticas del Departamento de Energía, que supervisa el complejo armamentístico nuclear a través de su “semiautónoma” National Nuclear Security Administration (NNSA), tuvo un monto de 5.190 millones de dólares; y un “complejo armamentístico nuclear revitalizado”, capaz de “diseñar, desarrollar, fabricar y certificar nuevas cabezas de mísiles”, significa un salto de más de mil millones de dólares (hasta llegar a 6.4000 millones) para el año fiscal de 2006.

Y esto no es sino el comienzo. El quinquenal “Plan de Seguridad Nacional” de la NNSA prevé incrementos anuales, hasta alcanzar los 7.760 millones en 2009. David Obson, representante republicano por Ohio, llama a esa manera de presupuestar “el último grito en bienestar para trabajadores calificados”, y dice que el complejo armamentístico ha de “verse como un programa de puestos de trabajo para universitarios”

Lleva razón. Se trata de un montón de dinero para unos pocos laboratorios y para unos pocos miles de científicos. Y los contratistas militares privados, grandes y pequeños, surgen por doquier.

Visita al país de las siglas

Para justificar este enorme salto presupuestario, los laboratorios nucleares han cocinado planes para una sopa de letras de proyectos como parte del SSMP: por mencionar unos pocos acrónimos, los científicos están promoviendo ASCC, MESA, el RRWP, la campaña ICFHY y el RNEP.

Echemos un vistazo a unos cuantos proyectos nucleares que proliferan bajo la Administración Bush. Bajo el paraguas del Stockpile Stewardship Management (SSMP), los científicos trabajan para mantener el arsenal de armas y materiales  nucleares con objeto de impedir que el tiempo o la negligencia lo deterioren. El Reliable Replacement Warhead Program (RRWP) se propone reemplazar las cabezas existentes por otras más “fiables” (léase: más potentes). Hay planes en marcha para desarrollar el Robust Nuclear Earth Penetrator (RNEP) y otras armas nucleares “usables” para hacer frente a nuevas amenazas y a nuevos enemigos –“Estados canallescos”, como Irán— en futuras guerras preventivas antiproliferación. Bajo cada uno de esos programas hay muchos otros subprogramas, tan ricos en siglas como en dineros: ninguno de ellos parece conducir a nada, sino a una ulterior proliferación nuclear. 

La campaña ICFHY (Inertial Confinement Fusion and High Yield Campaign) no es sino uno más entre esos extravagantes y caros proyectos. Se propone usar lásers en un laboratorio armamentístico para replicar lo que ocurre en el interior de una explosión nuclear real. ¿Suena sencillo, verdad? La Nuclear Ignition Facility [Instalación de Ignición Nuclear] –en la que los lásers han de cumplir su función replicadora— es el proyecto que cuenta con mayor presupuesto de la NNSA, y de acuerdo con el el analista Christopher Paine, “es posiblemente la instalación experimental más cara jamás construida”. En los proyectos del Departamento de Energía  se estima que el coste de la misma será de unos 3.500 millones de dólares, pero el grupo ecologista independiente National Resources Defense Council hace una estimación todavía más elevada: 5.320 millones; un dinero que será gastado antes de que nadie pueda demostrar que el sistema funciona.

¿La era del terror nuclear?

¿Acaso tienen las armas nucleares un papel en la “Era del Terror”, que no sea el de armas potenciales contra grupos terroristas? En un medio nuevo y perpetuamente cambiante de potencias regionales emergentes y guerras que transcienden las fronteras nacionales, la Administración Bush ha adoptado un enfoque de “no-descartes-ninguna-vía”: lleva a cabo agresivas políticas de no.proliferación con las naciones consideradas enemigas, al tiempo que se abraza ella misma una política de acelerada proliferación nuclear. ¿Cómo no habrá de resultar poco menos que imposible en lo venidero disuadir a otras potencies de construir sus propias armas nucleares, cuando la industria nuclear norteamericana y sus laboratorios de investigación se han lanzado cada vez más por la ruta de la producción y la gestión privadas y el motivo del beneficio se ha venido enseñoreado más y más de la planificación nuclear? Esas y muchas otras cuestiones siguen desgraciadamente sin respuesta. Sin embargo, una nueva era de armas nucleares por mor de los beneficios amaga con convertir Armagedon en una operación rentable. 

En el momento culminante de la guerra fría, cuando la competición entre los laboratorios parecía rivalizar con el empate entre superpotencias, un científico del Laboratorio Lawrence Livermore puso un letrero que rezaba: “Recuerden que los soviéticos son la competencia; Los Álamos, el enemigo”.

En una nueva era de potencial antagonismo empresarial en torno del armamento apocalíptico, ¿aparecerá en el laboratorio gestionado por Bechtel algún cartel que rece: “Recuerden que los terroristas son la competencia; Lockheed Martin, el enemigo”?

Frida Berrigan es una investigadora asociada al Instituto de Política Mundial del Arms Trade Resource Center. Sus principales áreas de investigación son las políticas de armamento nuclear, los crímenes relacionados con los beneficios empresariales, la venta de armas a zonas bélicamente conflictivas y los programas de entrenamiento militar. Es autora de buen número de informes del Instituto en que trabaja. El ultimo: Weapons at War 2005: Promoting Freedom or Fueling Conflict.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

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Mother Jones, abril 2006